LA
METALURGIA EN EL
PERU PREHISPANICO: TECNICAS METALURGICAS
Lourdes Ramirez Campero
1. - CONCEPTOS GENERALES
El
desarrollo y evolución de la metalurgia debe considerarse como una respuesta
cultural a una serie de factores ambientales, tecnológicos y socioeconómicos
que caracterizan cada periodo del proceso histórico de los pueblos.
A partir de los estudios desarrollados por
Rivet y Arsandaux (1946), resulta evidente que la metalurgia prehispánica tuvo
un proceso de desarrollo autónomo con relación al viejo continente.
La metalurgia de Mesoamérica es de desarrollo
relativamente tardío. Hoy parece casi probado que su conocimiento se habría
difundido desde América del Sur, donde se encuentra el "centro" más
antiguo y más importante del doble continente. Dentro de Sudamérica el centro
vital del desarrollo habría estado en la región andina.
La subregión Norandina peruana y los Andes
Centrales constituyeron centros de desarrollo de la metalurgia precolombina
(Rex 1992).
El Perú país minero por excelencia reúne una
tradición metalúrgica que se remonta a más de 10,0000 años de antigüedad, esta
labor especializada se inicia con la extracción de minerales no metálicos como
el cuarzo, riolita, toba, cuarcita y calcedonia; con la finalidad de elaborar
sus instrumentos de caza, pesca y recolección; constituyéndose en la actividad
minera más antigua de los andes.
Resulta imperativo sostener que el impulso de
esta actividad estuvo relacionada con el desarrollo de las sociedades urbanas
(Periodo Formativo 1500 a.), por que requirieron cada vez de mayor cantidad de
objetos manufacturados a partir del uso de materias primas minerales extraídas
de los depósitos filonianos y detríticos, por ejemplo: material lítico con
fines constructivos (templos, casas, caminos), utilitarios (herramientas,
vasijas), ornamentales (orejeras, narigueras, cetros) y hasta alimenticios al
explotar los yacimientos de sal (Bolaños 1991)
El poblador andino logró en dos mil años de
experimentación, el dominio de las más sofisticadas técnicas para fundir,
alear, amalgamar, laminar, unir y soldar los metales.
La técnica de la soldadura ya era conocida por
las denominadas culturas regionales (200-800 d.C), de las cuales sobresalen los
estudios de la cultura Moche por Walter Alva en el sitio de Sipán, reportándose
contextos funerarios de elite, es decir, los cuerpos de dignatarios asociados a
un conjunto de ofrendas trabajadas en diversos metales (oro, plata, cobre,
dorado, etc.), evidenciándose un trato naturista, exquisito y a la vez complejo
en cada una de las piezas trabajadas; donde además se reporta un amplio dominio
de la técnica de soldadura al frío para unir los metales, a través de engrapes,
traslapes, remaches y lengüetas; cualidad que no restó calidad y expresión
artística a los múltiples ornamentos.
Durante el Horizonte Medio (700-1100 d.C),
resulta oportuno mencionar a la denominada cultura Sicán o Lambayeque, para el
caso de la Costa Norte, donde las investigaciones desarrolladas por Izumi
Shimada en el sitio de Batan Grande, reportan evidencias de las áreas de
extracción, fundición y laboreo del cobre arsenical, constituyendo un gran
aporte tecnológico con el subsiguiente impulso de la producción de armas y
herramientas a gran escala.
Con relación a las técnicas de aleación, se
reportan objetos de aleación binaria (oro-cobre, oro-plata), y aleación
terciaria (cobre, plata, oro); uno de los beneficios de la mezcla por
calentamiento es que disminuye su punto de fundición, es decir, la temperatura
que debe alcanzar el horno para que sus componentes se unan en estado líquido.
Asimismo el cobre constituyó un elemento
importante para la elaboración de instrumentos, está demostrado que el cobre
arsenical fue útil para dar resistencia y evitar la deformación de los objetos
elaborados con este material y en las aleaciones como núcleo en la obtención de
cobre dorado.
Aunque los metalurgos peruanos tenían en
cuenta las propiedades mecánicas de las aleaciones, lo que otorga esta calidad
única a la metalurgia del área centro andina es una serie de actitudes
culturales (Bray 1991).
En los diversos artefactos se observa un
patrón cultural en el laboreo de los metales, expresado en las preferencias por
las láminas de metal, que luego fueron articulando a partir de recortes y
modelados, configurando objetos que manifiestan efectos de relieve y
composición muy elaborados, con contrastes de color por el contenido bimetálico
(oro y plata para algunos casos), siendo combinado por unidades, por
alternancia contrastada o dispuestos en degradé, y en algunos casos matizados
por incrustaciones de piedras semipreciosas; labor donde primó el aspecto
estético, porque la tonalidad resplandeciente y sus variantes constituyen un
valor simbólico con implicancias ideológicas; teniendo en cuenta que muchos de
estos ornamentos formaban parte de los atuendos de la clase dirigente, causando
un impacto visual que los elevaba a la categoría de semidivinos,
constituyéndose en un verdadero instrumento de poder.
Lechtman (1978) sostiene que desde los más
antiguos contactos de los pueblos de los andes con el metal, hasta los tiempos
de la conquista española del Imperio Inca, los dos colores más importantes eran
el oro y la plata, ya que el color se convirtió en el objetivo del desarrollo.
El objeto puede tener un color en la superficie y otro totalmente distinto
debajo. Por consiguiente, la metalurgia era una metalurgia de transformación de
la superficie (Bray 1991).
Sin lugar a dudas, la historia del Perú esta
ligada a la historia de la minería, la presencia hispana no hizo sino ratificar
dicha apreciación, experiencia que costó al sistema social andino, su
desarticulación política, social y económica, con la subsiguiente explotación
irracional de los recursos mineros existentes en el área andina.
En la actualidad esta actividad económica, de
suma importancia para el desarrollo nacional, vuelve a cobrar vigencia plena,
donde los mecanismos de explotación minera se orientan con un criterio integral
que marche en armonía con el medio ambiente, evitando su contaminación y
destrucción sistemática, campo de acción al cual no es ajena la actividad
arqueológica, teniendo en cuenta que en el marco de la legislación vigente los
recursos culturales están amparados por normas y disposiciones que regulan el
tratamiento de los mismos, con la finalidad de prevenir su pérdida definitiva,
que por el hecho de ser bienes no renovables, su afectación tiene carácter de
irreversible, de allí la necesidad de impulsar trabajos de liberación y rescate
arqueológico con el objeto de conocer el valor histórico del área de estudio.
2.
-
LA MINERIA, LOS MINEROS, EL PROCESO DE
EXPLOTACION Y EXTRACCION DEL
MINERAL
Pudieron
ser muchas las motivaciones que llevaron a los antiguos peruanos a buscar
minerales y a convertirse en mineros. Mencionaremos las que probablemente
fueron decisivas. Desde épocas remotas habían utilizado elementos de la tierra
para obtener pigmentos y pinturas con fines utilitarios y estéticos: decoración
de ceramios, hábitat, lugares de culto, vestimentas e incluso con fines
cosméticos en el cuerpo. Tenían un interés de carácter tecnológico cuando
esperaban encontrar para sus herramientas algunas cualidades especiales que no habían hallado en las
piedras, aunque no dejaran a éstas de lado. Los nuevos materiales ofrecían
propiedades o ventajas como la resistencia, la densidad, la maleabilidad, la
ductilidad, el sonido, la capacidad de ser fundidos. Finalmente, la necesidad
de encontrar nuevas materias para la elaboración de objetos a los que
investirían de un significado de respeto y de culto, resumiendo simbólicamente
sus más profundas creencias.
Hacia
la época histórica que nos ocupa, el hombre ya conocía el efecto del fuego
sobre algunos materiales. De manera prácticamente fortuita y yendo de un
descubrimiento a otro, aprendió que su acción sobre los materiales,
especialmente la aplicación del calor a la tierra y a las piedras (algunas de
las cuales contienen óxidos), generaba un resultado adicional al previsto y la
obtención de un producto nuevo que le podía ser útil. Nos dice Carcedo: “... Es
muy posible que así fuera y que al ser usados los óxidos como pintura para
resaltar los diseños en las cerámicas, al entrar en contacto con el calor de
los hornos, se formaran unas bolitas pequeñas en el fondo de la cerámica que
eran gotas de metal de cobre, es decir, cobre metálico ...”
Así
pues, aunque no se conozca con precisión el momento en que adquiere el concepto
de producción del metal a partir del mineral, el hombre preincaico emprende
intencionalmente la búsqueda de la materia prima mineral.
La
etapa de exploración es aquella en la que se buscan y se califican los
recursos, basándose en algún modo de reconocimiento. Al inicio, como acota De
Lucio, “…se trabajaron placeres aluviales y afloramientos de metales en estado
nativo…” Con el bagaje de sus percepciones y aprendizajes iniciales, el minero
de entonces fue avanzando en los modos de detección de la presencia de
minerales. Algunos de éstos se revelarían por su brillo o color específico (amarillo, verde-cobre, azul-azurita). En otros casos,
era necesario observar la asociación con otros elementos del entorno, como la
forma y coloración de los cerros.
Aunque
no abunda información sobre el origen de las materias primas vinculado a la
existencia de minas, muchos coinciden en que el hombre preincaico supo dónde
podía hallarse un depósito de mineral, guiándose por el color de la superficie
de los cerros. Después de sucesivas experiencias, llegó a identificar el color
rojizo de la tierra como una señal de presencia de minerales.
En
otros casos también podría reconocer los colores amarillento, blanco o negro.
Nos
dice Carcedo al respecto: “... En la antigüedad, el paisaje y el color de la
tierra serían los buenos indicadores. Los yacimientos de minerales son
reconocidos exteriormente porque la tierra tiene un color rojo bermellón,
concho de vino o cobrizo, producto de los minerales de hierro (también
presentes) que, por hallarse cerca de la superficie, están sometidos a los
efectos oxidantes de la atmósfera. A estos afloramientos oxidados que son la
parte superior de un yacimiento se les llama “sombreros de hierro”, o
colorados, opacos, en lengua quechua...”
La
búsqueda del antiguo minero se fue diversificando porque su experiencia le enseñó
que era capaz de identificar y encontrar, no uno sino varios minerales. Es
oportuno recordar la referencia de Lechtman a los depósitos de cobre y plomo
argentífero; y Peterson concuerda en que “... Probablemente muchas menas de
plata fueron encontradas por los mineros que buscaban menas de cobre en los
sombreros de hierro...”
Según
Carcedo, el antiguo minero “… hizo pequeños cateos de pozos no muy profundos y
trincheras, determinados por lo que podían aguantar los hombres en las
rudimentarias condiciones en que trabajaban, sin ventilación e iluminación
apropiadas. No se sabe de minas precolombinas con túneles profundos y
complicados sistemas de ventilación…”
De
Lucio asevera que “… se practicaron galerías subterráneas para la extracción de
los minerales y en algunos casos se usó el entibado, con maderos de quinual…”
Refiere el testimonio de Peterson de “… haber visto algunas galerías en
aventaderos que llegan a tener hasta un metro de ancho por 30 o 40 metros de longitud…”
y el de Jaime Fernández Concha en el sentido que “… estas galerías podían
llegar, excepcionalmente, hasta 80 metros de profundidad…”
·
LAS MINAS ANTIGUAS
Gracias
a los descubrimientos arqueológicos de Batán Grande, en Lambayeque, realizados
por el profesor Izumi Shimada y su equipo, contemos con referencias detalladas
de los sitios de extracción de minerales y de cómo fueron las antiguas minas,
en este caso correspondientes a la explotación que realizaron los habitantes de
la Cultura Sicán, entre el 750 y el 1150 d.C., en el Intermedio Tardío.
Estos
importantísimos hallazgos revelan la existencia de un sistema organizado de producción que, en
términos de nuestros días, podríamos calificar de complejo minero ya que allí
se dieron, en una misma zona geográfica, las fuentes de materias primas, las
rutas de comunicación y transporte, los patios de trabajo, los talleres de
fundición y los talleres artesanales.
En
un radio no mayor a 6 km. y unidas por caminos, se encuentran varias minas. El
conjunto de Batán Grande comprende:
La
de Cerro Blanco, que se califica como la única mina prehispánica reconocida
como fuente de minerales de cobre; la de Cerro La Plata, que se explotó a la
vez en tajo abierto y mediante galerías subterráneas; la mina de Cerro Mellizo,
rica en minerales arsenicales; la de Cerro León, rica en óxidos de hierro que
sirvieron de fundentes, y finalmente, la mina de Cerro Barranco Colorado.
Esta
última fue descrita por Shimada en 1994: “… Los antiguos mineros removieron el
material comenzando por la cima y descendieron gradualmente hasta el centro de
la montaña. Así, aunque la abertura de la cima tenía una trinchera de menos de
1.5 metros de ancho, se extendía casi unos 100 metros hacia debajo de la ladera.
La mina tenía por lo menos 40 metros de profundidad y se ensanchaba por dentro
hasta 8 o 9 metros, a tan sólo 3 o 4 metros de la entrada y a partir de esta
especie de cámara subterránea se descendía a un profundo pozo vertical; con
estacas de madera y escalones excavados en la pared del mismo, el cual aún no
hemos explorado...”
El
estudio de estos sitios ha permitido identificar varios métodos de extracción.
Nos dice Carcedo: “… Cuando la zona mineralizada se hallaba expuesta muy cerca
de la superficie, los antiguos mineros la explotaron mediante pozos circulares
de 2 a 3 metros de diámetro; aunque también había de 30 metros de largo, 13
metros de ancho y 3.5 a 4 metros de profundidad. Empezarían la explotación por
lo que estuviera más cercano a la superficie, buscando la veta rica en
minerales y haciendo una selección de la veta en el lugar mismo.
Irían
penetrando siguiendo la veta hacia el interior hasta lo que físicamente fuera
posible y las condiciones del socavón permitieran.
Se
empleaban por separado o en forma combinada, galerías verticales, túneles y la
extracción a tajo abierto, según fueran las características de la
mineralización, la escala de la explotación y las necesidades…”
El
estudio de las minas antiguas revela que la labor física de extracción del
mineral se hizo básicamente con martillos y picos de piedra, lo que se puede
deducir por las huellas de puntos en los muros que corresponden a marcas
dejadas por instrumentos de piedra. Para conocer un poco más acerca de esta
tarea es importante referirse al testimonio del Hombre de Cobre, hallado en el
desierto de Atacama, al norte de Chile.
En
1899, en Chuquicamata y más precisamente en la mina llamada Restauradora, se
encontró en muy buen estado de conservación el cuerpo momificado y los
instrumentos de un minero que murió mientras trabajaba una veta. Estos restos
fueron fechados hacia 600 d.C. y actualmente se encuentran en el Museo de
Historia Natural de Nueva York. El hallazgo es muy rico en información sobre
las características y condiciones del trabajo minero.
Revisemos con Carcedo algunos detalles del
mismo:
“…
Ocurrió un derrumbe mientras trabajaba en un socavón no muy alto, con espacio
para arrastrarse y trabajar de costado. Debía aprovechar las grietas naturales
para ubicar el mineral de cobre y obtener las concentraciones. Se encontraron
todas sus herramientas consistentes en: cuatro martillos enmangados, un azadón
con hoja de piedra y la manija quebrada, un azadón de madera o rastrillo (al
cual le falta el mango), dos palitos de madera, una bolsa de cuero crudo de
llama, cuatro cestos en espiral incompletos, fragmentos de cestería y una
correa de cuero …”
En
cuanto a la técnica de extracción, el Hombre de Cobre debió“… usar el martillo
con ambas manos y a una distancia determinada. Para romper y seleccionar el
mineral este minero debió usar martillos sin mango, percutores que
pulverizarían aquellas porciones de roca que no le sirvieran. La diferencia de
peso entre los martillos no enmangados sugiere que el minero los utilizaba
dependiendo de la dureza de la roca y del tamaño al que él quería reducir el
material. Todos los martillos eran de andesita, parcialmente pulidos y la forma
de algunos de ellos ligeramente modificada mediante una tosca percusión. La
pala, azadón o rastrillo de madera pudo servir para recoger el mineral del
suelo que una vez roto y seleccionado se metía en las canastas. El resto de los
instrumentos en madera son unos palitos alargados que servirían como cuñas en
los muros de la veta y poder así remover la roca. La bolsa de cuero y los
cuatro cestos bien pudieron tener la función de
transportar el material del interior del socavón al exterior; una
técnica que parece haberse mantenido durante siglos fue la de transportar el
mineral en el saco de cuero, a las espaldas, sostenido a la cabeza con una
correa o cinta...” (Denominada “capacho”).
Gracias
al uso de la fuerza humana o mediante animales de carga como las llamas, el
mineral era transportado a un lugar en donde pudieran llevarse a cabo las
tareas subsiguientes.
3.
- ELEMENTOS
PARA REALIZAR LA ELABORACION DE LOS OBJETOS DE METAL
a)
LOS MINERALES
Dentro
de los minerales principalmente usados en la época prehispánica tenemos:
ORO:
El
hallazgo de oro más temprano se ubica en el Período Inicial de la cronología de
Rowe. En Waywaka, pequeña localidad cercana a Andahuaylas, Joel W. Grossman
encontró, en 1972, pequeños fragmentos de hojas muy delgadas de oro junto a
chaquiras de crisocola, dentro de un cuenco de piedra, asociados a contextos
funerarios. En número de nueve, estas laminillas estaban acompañadas de un
juego de herramientas para el laminado, conformado por tres martillos de piedra
dura y un yunque.
La
fecha de confección de las piezas se atribuyó a los 1500 a.C. y aunque
lamentablemente se perdieron mientras eran estudiadas en el Cusco, no son menos
importantes como punto de partida para el conocimiento de las acciones
transformadoras del hombre sobre los recursos mineralógicos.
“...
Inalterable y puro como un don de la naturaleza, el oro debió presentarse solo.
Para el arcaico poblador andino descubrir las propiedades del oro fue
probablemente un suceso tan espontáneo, circunstancial y mágico como en su
momento la germinación de las semillas
...” expresa Walter Alva.
Cualquiera
sea su formación, el oro está presente en todas las regiones del Perú. Paloma
Carcedo nos detalla los dos principales tipos de yacimientos que pueden
encontrarse:
“...
a) Primarios en vetas de cuarzo, llamados también depósitos filonianos, en
donde el oro se presenta en vetas o filones de cuarzo; es el oro de las minas.
Y b) Secundarios o depósitos detríticos, en donde se presenta en polvo, arenas
o pepitas; es el oro de los placeres o lavaderos...”
Este
segundo caso ilustra cómo la naturaleza
ha ido haciendo su propio trabajo ya que “... el oro filoniano es desprendido
de su origen por la acción de las aguas y es arrastrado por éstas. En su curso
lo van fragmentando hasta dejar el metal en estado libre, separado de su roca
(el cuarzo) y es depositado en los placeres de los ríos. Este oro suele ser
blando por el desgaste que sufre en el transporte fluvial a medida que se va
alejando de su veta de origen... ”
Los
antiguos peruanos recogieron el metal oro que podían detectar a simple vista o
en la superficie (oro nativo) y por lo tanto lo buscaron en lugares geográficos
donde les era más accesible, como las llanuras de los ríos de la costa y de la
Amazonía y en las quebradas de los Andes.
Carcedo
nos refiere ubicaciones de oro de lavadero en la parte norte del territorio
peruano: “ ... En el valle del río Tumbes, existen dos zonas de concentración
natural de oro nativo:
Ricaplayas
y Puyango, teniendo su origen en la región aurífera de Zaruma (río Amarillo y
Galera) en el Ecuador. Hay yacimientos detríticos dentro de la zona noroeste,
en las cuencas de los ríos Calvas, Santa, Chuquicarca, Ocoña. También se
explotaron los ríos de otros valles como el Marañón, Santiago de la Montaña,
Aguarrica, Morona y Chachapoyas. Fue el oro del río Chinchipe el que más se
explotó en la época precolombina...”
Para
Walter Alva: “... La explotación aurífera de extracción simple se basa en las
arenas auríferas de San Ignacio, Chinchipe y Alto Marañón...” Cieza de León nos
habla de depósitos detríticos en las arenas de los ríos Carabaya y Sandia.
Posnansky menciona antiquísimas explotaciones río abajo de Machu Picchu.
Aguilar Revoredo sitúa depósitos auríferos filonianos o primarios que fueron
trabajados en la antigüedad en: Apurímac, Cotabamba, Colquimarca (Cajamarca),
Ica, Nazca, Pataz y Paucartambo.
COBRE:
Los
antiguos pobladores de los Andes Centrales lo hallaron en su tierra. En muchos
lugares y bajo múltiples formas. Los primeros objetos que nos hablan de su uso
datarían de entre 1500 y 1300 a.C. Entre los hallazgos de cobre nativo más
temprano que han referido los arqueólogos se encuentran los siguientes, (todos
ubicados en el Período Inicial): un disco de cobre laminado y posiblemente
dorado, en la boca de un individuo en un enterramiento de la cultura
Cupisnique, en la localidad de Puémape, provincia de Pacasmayo, fechado entre
1500 y 1300 a.C.; fragmentos de hojas de cobre martillado encontrados en el
complejo piramidal de Mina Perdida, en el valle de Lurín, al sur de Lima,
fechados alrededor de 1200 a.C.; y dos discos de cobre en los enterramientos de
la cultura Kuntur Wasi, provincia de San Pablo, departamento de Cajamarca,
fechados entre 1100 y 800 a.C.
El
cobre nativo tiene un color entre morado verdoso o verde oscuro que, una vez
que se raya o frota muestra su aspecto amarillento rojizo de cobre puro.
Revisemos con Paloma Carcedo las principales localizaciones geográficas del
mineral hoy conocidas:
“…
El cobre en el Perú se encuentra en casi toda la región andina, en las
estribaciones de la Costa del Pacífico. Dentro de los primeros 30 km. no se
encuentran yacimientos de cobre. Existen pocas excepciones a esta regla, como
por ejemplo, la zona sur de Lima. Las áreas más conocidas de yacimientos en la
Cordillera Occidental son: Toquepala, Cuajone, Cerro Verde y otras minas de
Tacna, Moquegua, Arequipa, Junín, Piura y Cajamarca...”; hay localidades, hoy
en territorio chileno, que son también importantes fuentes de mineral de cobre,
como Chuquicamata y otros yacimientos.
Hay
yacimientos de cobre en los que varían las características de presentación y
asociación del mineral: “… Se le observa en zonas de tactita como en Las
Bambas, Apurímac, Cordillera Blanca y Cusco; como depósito estratiforme en
capas rojas en Rosales, Puno, Laude y Apurímac; como filones en Acarí, Lima e
Ica; se encuentra también puro o asociado a la plata y en depósitos minerales
complejos como en Cerro de Pasco y en La Libertad ...”
Las
investigaciones de Heather Lechtman demostraron que los antiguos peruanos
identificaron a la costa norte como rica en minerales de cobre. En lo que se
refiere al altiplano, destacó los yacimientos de cobre y plata alrededor del
Titicaca.
Es
pertinente hablar en plural de minerales de cobre, ya que según testimonios
encontrados, en el Perú antiguo se utilizó malaquita, azurita, crisocola,
atacamita y cobre nativo, que se encuentran más cerca de la superficie, tanto
en la sierra como en la costa. En un nivel más profundo, se encuentra, entre
otros, la calcosina. Por las repercusiones que como veremos tendría para el
trabajo metalúrgico preincaico, sobre todo en la costa norte, es necesario
señalar que, a medida en que se avanza hacia niveles más profundos del
yacimiento, el mineral puede contener importantes cantidades de arsénico, lo
que habría llevado al descubrimiento fortuito del bronce arsenical.
PLATA:
Los
hallazgos que revelan la utilización más temprana de la plata en el mundo
andino demuestran que fue usada como elemento aleante del cobre y del oro y
para la fabricación de objetos con fines ornamentales.
Fechada
en 1000 a.C.(Período Inicial), se encontró una pequeña pieza con forma de
cuenta, en el sitio de Malpaso, valle de Lurín. Su análisis indica que puede
tratarse de una aleación natural (no intencional) de cobre en 41% y plata en
45%. Provenientes de una fecha más avanzada, ya en el Horizonte Temprano, Fase
Kuntur Wasi, en 700-450 a.C., la Misión Arqueológica de la Universidad de Tokio
encontró en Cerro La Copa, Cajamarca, veintiún laminillas repujadas de plata,
en forma de ave, con una composición de 70% de plata y 30% de oro.
De
acuerdo al mapa minero de la plata establecido en 1984 por Víctor Ohem, se encuentra
en “... Una franja de 80 a 200 km. desde Cajamarca hasta Bolivia y Chile. En el
sur, el ancho de la franja argentífera se ensancha con el ancho de la
Cordillera y siempre se mantiene a más de 40 km. de la costa ...” Aunque los
antiguos peruanos no podían tener esta visión de conjunto del recurso, buscaron
la plata en muchos lugares de los Andes Centrales.
G.
Petersen nos habla sobre la forma en que se manifiesta físicamente el mineral,
lo que permite deducir que esta tarea no fue fácil: “... La plata en estado
libre es difícil de detectar y reconocer ya que su apariencia arborescente se
asemeja más a unas raíces ennegrecidas, casi negras y secas. La plata no se
encuentra en pepitas o trozos sino en delicados filamentos y hojas formados por
la oxidación y descomposición de las menas de plomo y plata ...”
Para
Heather Lechtman: “... La plata abundaba en la superficie del Perú, tanto en
forma nativa como en menas complejas, (asociada a otros minerales) más que en
ningún otro país sudamericano y los depósitos de menas de plata eran cuatro
veces más abundantes que los de oro en América del Sur. Ya en la época
precolombina había gran cantidad de yacimientos argentíferos, siendo los
lugares de explotación: Huaraz, Cusco, Chincha, Guanesa (Huánuco), Tarapacá y
en la zona sudoeste de Bolivia… En el Perú se da una mezcla de menas que
contienen plata, plomo y cobre. Es difícil distinguir entre depósitos de plomo
argentífero y de cobre argentífero. Depósitos de este tipo fueron trabajados
por su contenido de plata en Cajamarca, La Libertad, Ancash, Junín, al este de
Lima, al este de Huancavelica...”
Según
Pérez Arauco, los principales yacimientos de plata explotados desde la época
pre-Incaica en el territorio de Cerro de Pasco fueron: Colquijirca, Cerro de
Pasco, Vinchus, Huaraucaca y Yanacancha.
Finalmente,
recogemos la distribución geográfica planteada por Carcedo que sitúa por
regiones las zonas productoras de plata conocidas por los antiguos peruanos:
“... En la Costa Norte: Tumbes; en la Sierra Norte: Cajamarca, (valles del
Chinchipe y del Marañón y Chota); en la Sierra Central: Colquijirca, en Cerro
de Pasco; en la Costa Sur: Chincha; en la Sierra Sur: Cusco; Puno (San Gabán,
Etasmayo, Llamillari, Pilcomayo, valles del Chinihuaya y del Carabaya)...”
ESTAÑO:
La
expedición de Hiram Bingham a Machu Picchu en 1912 llevó a la luz de la
investigación una gran cantidad de objetos de lo que se denomina bronce
estañífero, es decir, hechos a partir de cobre y estaño.
En
los Andes Centrales, el óxido de estaño o casiterita, como se le conoce
mineralógicamente, se da en depósitos situados en el altiplano peruano y
boliviano y en el noroeste argentino (Cordillera Real).
“…
En la época prehispánica, tanto en el Perú como en Bolivia, se debió obtener
casi de la superficie... ” sostiene Carcedo y nos ilustra sobre la ubicación y
formas de presentación de la casiterita: “... En estado puro es blanca pero
normalmente se presenta contaminada con hierro, lo que le da un colorido marrón
o negro. Es un óxido muy estable y tiene una alta gravedad por lo que se le
puede recoger en los ríos o en las arenas aluviales al igual que el oro. Se
encuentra ya sea en vetas o en depósitos de placeres”.
“En
el Perú se encuentra en los placeres fluvioglaciales como San Antonio de Poto y
Ancocala; en vetas auríferas en Pachaconas y Apurímac; en filones con minerales
complejos de cobre en la cordillera sudoriental de Carabaya y Puno. Existen
mineralizaciones aisladas de la región cuzqueña y en la sierra central…”
Mientras
que los minerales de oro, cobre y plata fueron conocidos, buscados y trabajados
por los antiguos peruanos mucho tiempo antes de la Era Cristiana, la casiterita
aparece de manera más tardía, alrededor de los años 600 d.C., en los trabajos
del metal.
Su
utilización con el cobre, para obtener el bronce estañífero, marcaría de manera
distintiva la producción metalúrgica de las culturas que se desarrollaron en el
escenario de la sierra sur, durante los ochocientos últimos años de la era
preincaica y todo el período del incario.
PLOMO:
Sabemos
que el plomo y la plata suelen presentarse asociados en vetas complejas, pero
es recién en los años 1982/83, gracias a los trabajos del Proyecto Arqueólogico
del Alto Mantaro, en la sierra central, que se puso en evidencia el uso
específico del plomo para la fabricación de objetos. Este hecho tiene de
particular que parecería tratarse, entre los lugares excavados en el Perú, del
hallazgo del mayor número de piezas de plomo metálico hasta ahora encontrado.
La manufactura de las piezas dataría de los últimos quinientos años de la era
preincaica y por cierto también del Incanato.
De
fecha tan reciente como 1994 data el estudio hecho por E. Howe y U. Petersen en
base a objetos, lingotes, menas, escorias y desechos provenientes de los sitios
de la zona alta del valle. Los análisis parecen mostrar que el plomo se obtuvo
a partir de menas argentíferas de plomo provenientes de la zona de Jauja-Comas.
b)
LOS TALLERES
...
Todo estaba organizado por talleres y por sectores de calentamiento, fundición,
refundición, vaciado, refinación. Se encontraron más de 100 hornos de fundición
de menas de cobre arsenical, de los cuales se han excavado más de 40. Los
talleres comprendían una fila Los hornos.
Según
Shimada, se han encontrado talleres de martillado, recocido, corte y modelado
(en lugares aledaños) donde se fabricaban adornos personales…”
Como parte de los
talleres de fundición se han encontrado dos o tres batanes, de aproximadamente 1
m. de largo por 80 cm de alto, convexos
hechos de rocas duras como diorita y granito, asociados con sus chungas
o manos. En los talleres de calentamiento, martillado y forja se han encontrado
restos de crisoles, martillos y batanes planos…”
c)
LOS HORNOS
Los
hornos tienen forma de pera, de no más de 30 cm. de largo por 25 cm. de alto,
25 cm. de profundidad y 10 cm. en la parte más ancha de la chimenea y con una
capacidad de cerca de 1.5 a 3.0 litros. Estaban hechos de arcilla refractaria
que podía soportar más de 1300 y 1100 grados, siendo ello suficiente para
reducir los minerales y mantener la escoria derretida. Eran hornos muy pequeños
pero diseñados así para poder tener una atmósfera reductora, ya que no se
utilizaron fuelles…” Los hornos estaban alineados en la dirección del viento
para disipar los gases nocivos y el
calor.
·
ENERGIA NATURAL Y HUMANA
El aire era
aprovechado mediante dos sistemas:
El primero, usando su curso natural, para lo
que se necesitaba una fuerza del viento muy bien dirigida.
El segundo, con
aire generado artificialmente; la fuerza de la entrada del aire era obtenida a
base de soplar con cañas, es decir, por la fuerza pulmonar. Las cañas llevaban
en su extremo un instrumento de cerámica conocido como “tobera” que entra en el
horno metalúrgico pues la fuerza de inyección del aire tiene que ser muy
directa y precisa para lograr alcanzar los grados requeridos en la fusión de la
minera.
·
COMBUSTIBLE
Fue obtenido
fundamentalmente del algarrobo que había en abundancia en la zona, por ser
excelente en mantener el calor por largo tiempo. Necesitaban gran cantidad de
combustible en cada fundición o reducción, ya que se consumía unas tres o
cuatro veces de carga más que el mineral en cada carga de horno. Se depositaba
primero el carbón de algarrobo, se precalentaba el horno y una vez efectuada
esta operación, se echaba la carga de mineral…” Para Duccio Bonavia “… Es en
ese entonces cuando debió comenzar la tala de los bosques norteños dado que la
cantidad de combustible que se necesitaba para estas tareas debió ser considerable…”
Felipe De Lucio
agrega otros tipos de insumos utilizados por los antiguos metalurgistas: “… No
se servían directamente del carbón de piedra para la fundición. El combustible
utilizado consistía en materiales de origen vegetal y animal: leña de guarango,
quinual, quichua, yareta, turba, ichu, excremento de llamas y alpacas…” de éste
que de minerales en cada carga de horno.
4. LA METALURGIA EN LAS DIFERENTES
CULTURAS
Las huellas de las
diferentes actividades humanas que se van encontrando poco a poco más
consistentes y homogéneas, nos llevan a definir los momentos en que el hombre
antiguo pasa, de ser un poblador transitorio en el entorno, a ser miembro de
una colectividad más estable, que tiene un conjunto de características o
denominadores comunes, lo que se ha convenido en llamar cultura.
Kauffman Doig nos
dice sobre el período de historia que se inicia en los 2000 a.C.: “... A este
estadio de agricultura desarrollada corresponde el desarrollo de todas las
expresiones culturales definidas (altas) que tuvieron por escenario lo que hoy
son Perú y Bolivia...”
En 1959, John H.
Rowe planteó un esquema para ordenar la alta cultura en lapsos de tiempo
llamados Horizontes e Intermedios, el mismo que ha sido más fácilmente adoptado
para investigar y explicar las diversas manifestaciones de culturas
prehispánicas.
“… Se denomina
Horizonte un período de uniformidad cultural, una franja de tiempo dentro de la
cual se dan ciertas manifestaciones culturales. Se tendrían tres horizontes
culturales: Temprano, Medio y Tardío. Se llama Intermedio un período en el que
existe una gran diversidad cultural...”
Tal como se las
recoge en las publicaciones más recientes y a partir de la cronología de Rowe,
ubicamos para cada etapa las culturas y sitios de los Andes Centrales que en la
era precolombina desarrollaron el trabajo de los metales:
Una vez determinado el marco del tiempo,
citare los aportes de los estudiosos quienes a pesar de las carencias de
documentación, han reconstruido el escenario más aproximado posible de la
distribución geográfica de los metales que fueron buscados por peruanos de la
era preincaica, principalmente el oro, el cobre, la plata, el estaño y el
plomo.
“… La compleja
conformación geográfica del territorio de los Andes Centrales que integran el
actual Perú presenta también una inmensa variedad de yacimientos minerales ...”
nos dice Walter Alva.
En efecto, cada
mineral puede manifestarse bajo diversidad de apariencias, formas,
asociaciones, composiciones y grados de pureza. El hombre precolombino iría
aprendiendo también que estos recursos se podían dar en la superficie del
suelo, en los lechos o las riberas de los ríos, en las llanuras aluviales, en
la cumbre de los cerros o en las entrañas de la tierra. Y que estas
localizaciones implicarían distintos grados de dificultad en su manejo.
A diferencia de lo
que ocurre en el Viejo Mundo, en el que el uso y el desarrollo los metales
responde a los propósitos de la guerra (fabricación de armas) y a las
necesidades de transporte, locomoción u otros fines utilitarios, para los
habitantes de los Andes Centrales’ los objetos metálicos debían ser portadores
de significados y de creencias y a sus ojos cumplían una función simbólica,
ritual y religiosa.
Con algunas
variaciones en sus patrones funerarios, las culturas precolombinas nos han
dejado testimonios de la importancia que para ellas tenía el concepto
“metal-riqueza”.
Los Salinar (400 a.C.-0)
enterraban a sus muertos con el cuerpo extendido y casi siempre una lámina de
oro en la boca.
Las tumbas de los
Vicús contenían objetos de metal y piedras preciosas como turquesas y
lapislázuli. En Paracas Necrópolis, se hallan los cuerpos sentados, con brazos
y piedras flexionados, y pequeñas placas de oro en algunas partes del cuerpo.
Los enterramientos Mochica se hacen con el
cuerpo Martillo de granito enmangado, extendido y trozos de metal fragmentado
en la boca y en las manos.
Las ofrendas funerarias
de los Chimú comprendían láminas de metal, de cobre o aleaciones, que se ponían
generalmente en la boca, las manos y cerca de los pies del individuo.
En Ancón
Necrópolis, bajo influencia de la Cultura Wari, las tumbas de personajes
distinguidos contienen plumas y frontales de oro y plata, láminas de oro en el
lugar de los ojos de la falsa cabeza, orejeras de plata o cobre y vasos
repujados de plata.
Ya sea en los
espacios de culto, como ofrenda a los dioses, o en sus enterramientos, como el
bagaje de los que dejan la existencia terrenal hacia una vida posterior, la
mayoría de las culturas precolombinas ha dejado invaluables muestras del
trabajo de los metales.
En este sentido, la
metalurgia de los Andes Centrales no sólo se convertiría en un conjunto de
técnicas, sino fue un empeño por plasmar conceptos complejos, una dedicada
labor de manufactura que buscó la perfección y un arte que hasta hoy conserva
aspectos que no han logrado ser elucidados. Como expresa Izumi Shimada “…La metalurgia del Nuevo Mundo
evolucionó sin hierro y sin el uso de fuelles y otras características
comúnmente vistas como esenciales …”
Paloma Carcedo
resume lo que caracteriza una era metalúrgica: “… Se separan y purifican los
metales; se distinguen los óxidos y se reducen los sulfuros; se realizan
aleaciones y se utilizan con diversos fines. La fundición es un simple
calentamiento de los metales nativos en un horno con crisoles hasta
derretirlos; en estado líquido pasan a lingoteras o determinados moldes. La
aleación es la mezcla de dos o más metales, normalmente por calentamiento,
hasta que se funden …”
En los inicios “…
hubo una técnica muy popular que constituyó el primer proceso de tostación y
reducción, (que al no necesitar muy elevadas temperaturas), no requería hornos
(se utilizaban las “huayras”) y consistía en quemar y reducir depósitos de
superficie con menas ricas en plata y a veces con plomo, haciendo por la acción
del calor que la plata se derritiera y corriera como ríos”. Peterson también
ilustra el procedimiento: “… La plata así se obtenía en un principio en el
mismo yacimiento por medio de la aplicación del fuego en hoguera abierta. El
calor producido alcanzaba temperaturas suficientes para fundir la plata, es
decir, el proceso de fundición sería relativamente fácil por fusión con fuego
directamente …”
Se han establecido
tres grandes tramos cronológicos de la metalurgia precolombina. En ellos
señalaremos la presencia de las culturas más representativas. Durante el último milenio a.C. (Horizonte
Temprano), se trabajaron los metales oro y cobre, tanto en frío como mediante
las primeras fundiciones. Notables exponentes de esta etapa son las piezas de
oro de las Culturas Chavín (1500- 150 a.C.) y Kuntur Wasi (Fase La Copa y Fase
Kuntur Wasi, 800-250 a.C.).
En los comienzos del primer milenio d.C.
(Intermedio Temprano) se ubicarían las piezas aleadas de cobre-oro, cobre- plata y cobre-oro-plata, de
altos y bajos quilates, aleaciones denominadas “tumbagas” binarias o ternarias.
Las piezas fueron usadas como ornamentos personales y objetos rituales.
Los mejores
exponentes de esta etapa son los objetos hechos de tumbagas binarias de la
Cultura Vicús (200 a.C.-100 d.C.) y de tumbagas binarias y ternarias de la
Cultura Mochica (100-700 d.C.). Por su pericia en el manejo de las tumbagas, se
suele considerar a los Mochicas responsables del gran auge de las aleaciones.
“… A finales del primer milenio d.C. (entre el
Horizonte Medio y el Intermedio Tardío) se estaba dando la expansión de los
bronces, aleaciones de cobre-arsénico, cobre-estaño y cobre-arsénico- estaño,
reemplazando al cobre como el metal utilitario usado en todo el Perú y las
regiones vecinas …” Durante el Horizonte Medio, la Cultura Tiahuanaco (600-900
d.C.) trabaja las aleaciones binarias del cobre-arsénico y cobre-estaño a que
se refiere Shimada.
Durante el
Intermedio Tardío y con técnicas que posteriormente serán retomadas en el
Incanato, tienen especial notoriedad: la Cultura Sicán (750-1150 d.C.) que
maneja las tumbagas binarias y ternarias y desarrolla con maestría las piezas
aleadas de cobre y arsénico; y la Cultura Chimú (1100-1450 d.C.), alcanzando la
excelencia en el trabajo metalúrgico, produce metales puros, cobre arsenical y
tumbagas binarias.
Siempre en el
Intermedio Tardío y poco antes que se dé el proceso hegemónico incaico,
señalaremos la importancia de la Cultura Ica, con su trabajo en tumbagas
binarias, ternarias y en cobre arsenical; y la Cultura Lanka, con la producción
de objetos de plomo y de bronces arsenicales y estañífero.
5. TECNICAS METALURGICAS
La intencionalidad
simbólica de las piezas, el desarrollo de las aleaciones y el patrón
metalúrgico de diferenciar la composición interna y la apariencia externa de
los objetos propiciaron la aplicación de métodos de tratamiento para lograr
variaciones de color en las superficies metálicas. Mencionaremos los más
importantes, que empezaron a ser utilizados por los Vicús y los Mochica y que
posteriormente se generalizaron con los Sicán y los Chimú.
Entre las técnicas
que añaden un nivel de oro o plata a una base de metal están las dos siguientes
que nos describe Carcedo: “enchapado por
reemplazo electroquímico”: los metales nobles (como el oro y la plata) se
disuelven en un baño acuoso (el electrolito). Una vez disueltos, los iones de
estos metales se depositan en superficies de metales menos nobles (como el
cobre) sumergidos en el electrolito. Los metales menos nobles se cubren con una
capa sumamente delgada del metal más noble …” , y el “dorado por fusión”: consiste en aplicar
un metal derretido (casi siempre oro con cobre) en las superficies de un objeto hecho de metal (de
cobre o de una aleación en éste). Si la
pieza se quiere dorar toda entera se tiene que sumergir en un baño de oro
derretido y si sólo se quiere dorar una parte de la superficie, la aleación
tiene que ser puesta encima a mano. En cualquier caso, cuando el metal
derretido corre sobre el sustrato caliente, crea una fusión y unión fuertes,
causadas por el derretimiento conjunto de los dos metales en la interface …”
De las técnicas en
que se logra un tratamiento químico de la superficie de la aleación citamos:
El “dorado o
plateado por enriquecimiento”: es el tratamiento de una aleación que contiene
plata u oro para eliminar de su superficie ciertos componentes no deseados
(como el cobre) con el fin de dejar in situ el o los elementos que confieren el
color a la superficie (como la plata y el oro). La eliminación de los
componentes no deseados enriquece a los que permanecen. Estando las aleaciones
sumamente controladas y jugando con los pasos de coloración se lograba que las
superficies fueran de colores más oro o más plata …” , y el “dorado parcial de superficies o piezas
bicolores: coloreando selectivamente una determinada área y protegiendo con
alguna goma la que no va a ser modificada; o haciendo una abrasión selectiva en
una pieza ya enriquecida superficialmente; o, finalmente, haciendo un bruñido o
uso de ácidos en algunas áreas para producir un contraste de colores con las
que no han sido bruñidas o atacadas …”
Lamentablemente, al
hablar de las técnicas orfebres andinas hemos de hacerlo desde un punto de
vista genérico ya que salvo algunas herramientas asociadas a un contexto
arqueológico —como, por ejemplo, las encontradas en Chile, o en los yacimientos
peruanos de Waywaka, Chotuna o en la tumba de un orfebre chimú en Huarmey— el
resto proceden de saqueos de tumbas, pese a lo cual es posible conocer con
bastante precisión en qué consistió el proceso de fabricación orfebre.
Girolamo Benzoni
(1989: 322) nos ofrece una detallada descripción de la labor del orfebre
ilustrándola con un significativo grabado. Al respecto nos dice: «Primero,
cuando funden el oro y la plata, los meten en un crisol largo o redondo, hecho
de un pedazo de tela embadurnada con tierra y carbón triturado. Tras dejarlo
secar, lo ponen al fuego con la cantidad de metal que cabe dentro junto con
cinco o seis tubos de caña, unas veces más y otras menos, y soplan por ellos
hasta que se vuelve líquido.
Luego lo sacan, y
los orfebres, sentados en el suelo, con unas piedras negras expresamente
dispuestas y ayudándose unos a otros, trabajan y hacen o, mejor dicho, hacían
en su época de prosperidad, lo que se les había encargado, es decir, estatuas
vacías, vasijas, ovejas, joyas y todos los tipos de animales conocidos».
El primer método
utilizado en la fabricación de objetos por los orfebres andinos fue el del
martillado, consistente en el uso de un yunque, o base de piedra dura, sobre el
que se colocaban los nódulos metálicos para trabajarlos por medio de un
martillo fabricado también en piedra. El resultado de la aplicación de esta
técnica fue la obtención de finísimas láminas, fácilmente maleables, con las
que se construían diferentes objetos tridimensionales tras ser dichas láminas
previamente templadas y recortadas.
Si el martillado se
realizaba sobre un lecho blando, como la arena o sobre un molde de madera, se
conseguía, tras templar varias veces la lámina, la elevación de sus paredes,
obteniéndose así la fabricación de objetos de una sola pieza, técnica que se
conoce con el nombre de recopado o embutición profunda (Carcedo 1992: 287). La
preferencia por la utilización en el Perú de la técnica del martillado y de la
del laminado sobre todas las demás es uno de los caracteres distintivos de su
desarrollo orfebre ya desde el inicio de su metalurgia, utilizándose ambas
masivamente durante el período chimú e inca en la recubrición de los muros de
sus templos y palacios. Este procedimiento hace que el metal cambie de dureza y
ductilidad debido a modificaciones durante el proceso en la microestructura del
mismo (Peterson 1970: 116), por lo que las láminas resultantes deben ser
sometidas una o varias veces al proceso de recocido o templado calentándolas
primero en un horno y enfriándolas posteriormente en agua para que no pierdan
su plasticidad y puedan así seguirse trabajando.
Con objeto de poder
unir las láminas y fabricar piezas con volumen los orfebres desarrollaron una
compleja técnica de uniones tanto de tipo mecánicas como metalúrgicas. Las
primeras incluían el uso de alambres, cintas, clavos, lengüetas y encaje por
presión de las partes. Las segundas se realizaban soldando las distintas piezas
mediante la aplicación exclusiva de calor o bien mediante éste y la
introducción de un metal de relleno que suele resultar casi siempre
imperceptible. Una variante de este segundo tipo de uniones con soldante fue la
técnica denominada por fusión o granulado consistente en la elaboración de
pequeñas bolitas sólidas creadas por la acción del calor a partir de pequeños
trozos de una lámina, las cuales el orfebre sitúa en un lugar determinado del
objeto adhiéndolas a éste por medio de un pegamento vegetal que, al contacto
con el fuego, se quema y las suelda (Carcedo 1992: 295).
Aunque el vaciado
no se encuentra entre las técnicas predilectas de los orfebres centroandinos,
debido a la escasez de la abeja que producía la cera adecuada para utilizarla
en esta técnica, sí que fue conocido y desarrollado por algunas culturas, como
en el caso de la Lambayeque o de la Inca. Los moldes empleados en este proceso
estuvieron realizados en diversos materiales y fueron de varios tipos, obteniéndose con ellos tanto piezas sólidas
como figuras huecas cuyas partes se unían después para componer el objeto.
Entre las
principales técnicas ornamentales utilizadas por los orfebres destaca la del
repujado asociada estrechamente al martillado y laminado, mediante la que se
consigue realzar la superficie del metal al presionar sobre él con un cincel y
un martillo o bien con punzones y buriles, posibilitando así su decoración con
grabados en relieve que podían situarse tanto en el anverso como en el reverso
de la obra. A esta técnica, masivamente empleada por los orfebres
centroandinos, le siguen la de la filigrana, en la que la decoración se realiza
por medio de alambres; la engarzada o engastada, cuya ornamentación se realiza
con componentes diferentes al metal, como en el caso de los mosaicos realizados
con una amplia variedad de conchas y piedras preciosas; la de la incrustación,
donde el metal se encuentra taraceado para embutir otro metal diferente; la
móvil, constituida por piezas independientes que se unen mecánicamente al
objeto; y la pictórica, utilizada con preferencia en las máscaras funerarias
mediante la aplicación de polvo de cinabrio. Además de todas éstas los orfebres
andinos utilizaron para decorar algunos objetos las plumas de diferentes aves y
colores, las cuales, debido a su fragilidad, casi nunca se suelen conservan
completas.
Por último, dentro
de este apartado decorativo merece resaltarse por su importancia la técnica del
dorado y del plateado de la superficie de los objetos. La transformación de la
superficie se realizaba mediante dos procedimientos: el primero consistía en la
superposición de una capa de oro o de plata sobre cualquier otro metal, bien
fuera por medio de la sobre colocación de una finísima lámina o bien mediante
fusión sumergiendo en este último caso al objeto en un baño del metal noble.
Según Bray (1991: 61), esta técnica, semejante a nuestro moderno electro
chapado, pudo haber comenzado a ser utilizada en el Perú por los orfebres de
Vicús, en la costa norte. El segundo procedimiento se conoce con el nombre de
dorado por reducción y es aplicable solamente a objetos fabricados a partir de
una aleación de oro o de plata con otro metal, es decir de tumbaga,
consistiendo éste en la eliminación de la superficie del objeto del componente
no deseado para hacer así aflorar el metal noble.
El cronista Gonzalo
Fernández de Oviedo (1944: 189) nos relata al respecto «como los indios saben
muy bien dorar las piegas é cosas que ellos labran de cobre é de oro muy baxo. Y
tienen en esto tanto primor y exgelengia, y dan tan subido lustre á lo que
doran, que parase que es tan buen oro, como si fuese de veinte é tres quilates
o más, según la color en que queda de sus manos. Esto hacen ellos con ciertas
hiervas, y es tan grande secreto que cualquiera de los plateros de Europa, ó de
otra parte, donde entre cristianos se usase é supiese, se temía por riquísimo
hombre, y en breve tiempo lo sería con esa manera de dorar». La calidad grosor
de la capa de oro o de plata conseguida mediante el procedimiento de reducción
depende de la temperatura aplicada a objeto y de la duración del tratamiento,
así como de la fuerza de las soluciones vegetales o minerales de carácter
corrosivo, utilizadas durante el mismo.
Por último, dado
que en estas culturas fue siempre prioritario conseguir una inmejorable
apariencia de los objetos fabricados, se procedía al pulido de su superficie
para dar el deslumbrante brillo y acabado que tanto maravilló a cuantas
personas llegaron a estas tierras procedentes del Viejo Mundo. No debemos
olvidar que el virtuosismo patente en la orfebrería inca constituyó tan sólo el
último eslabón de una cadena artística iniciada tres mil años antes por
anónimos artífices quienes, con su talento artístico y con sus modestos
recursos, supieron crear bellas obras cargadas de simbolismo y de
espiritualidad. En todas éstas los abstractos y delicados diseños supusieron,
más que la expresión de un gusto generalizado por determinadas pautas
estéticas, la pervivencia en el inconsciente colectivo de una serie de mitos y
creencias que se transmitieron, con más o menos variantes, a través de los
distintos Períodos u Horizontes en los que se agrupan para su estudio las
diferentes culturas indígenas. Diclinos artífices, adaptándose tras la
Conquista a una nueva cultura totalmente ajena a su cosmovisión, siguieron
trabajando con el sudor del Sol y con las lágrimas de la Luna para sus nuevos
señores, posibilitando así que perviviera su ancestral y artístico oficio pese
a las duras condiciones vitales que en ese momento les imponía la historia
BIBLIOGRAFIA
·
PERU,
HOMBRE E HISTORIA
Tomo
I - De los orígenes al siglo XV
Duccio
Bonavia
Ediciones
Edubanco, Lima 1991
·
MANUAL
DE ARQUEOLOGIA PERUANA
Federico
Kauffman Doig
Séptima
Edición, Lima 1980
·
HISTORIA
DEL PERU
Varios
autores
Colección
Juan Mejía Baca
Tomo
I, Primera Edición, Lima 1981
·
Oro del Perú
Banco de Lima.
Editions Delrosse. 1981
·
Los
Incas y el antiguo Perú. 3000 años de historia.
Tomo I y II
CABELLO CARRO, P. (coord.)
Madrid: Sociedad Estatal Quinto
Centenario y Lunwerg Editores, S.A., 1991.
· La metalurgia precolombina de
Sudamérica y la búsqueda de los mecanismos de la evolución Cultural.
1992 - Rex G., Alberto
En PREHISTORIA SUDAMERICANA. Taraxacum. Washington
·
El
sudor del Sol y las lágrimas de la Luna: La metalurgia del oro y de la plata en
el Antiguo Perú.
Cruz Martínez De La
Torre
Espacio, Tiempo y
Forma, Serie Vil, H." del Arte, t. 12, 1999, págs. 11-25
·
El
Hombre y los Metales en el Perú
Fascículo I
Instituto de
Ingenieros de Minas del Perú